Capítulo
Uno
¿Quién
escribió en mi diario?
Maya abrió la puerta
de su cuarto, tiró el morral del colegio sobre la cama, volvió a cerrar para
que nadie la molestara, fue hasta el pequeño estante de libros y sacó de allí
su nuevo diario.
Tenía ansías por
empezar a escribir, y en esta ocasión lo haría bien.
Cada vez que comenzaba
un diario se prometía que no haría ningún dibujo en él. Los diarios eran para
poner letras en ellos, no llenarlos con las ideas de los cómics que siempre se
le ocurrían y que nunca terminaba.
Seguro que esa vez sí
cumpliría, ya que ese diario tenía una belleza especial que le hacía pensar a
Maya que tendría éxito en su propósito; su cubierta era de un negro azabache,
bellísima, con un extraño símbolo celta en el centro.
Maya se sentó al
escritorio. Del vaso con los bolígrafos escogió uno de color negro. Abrió la
libreta, y cuando se disponía a escribir se dio cuenta de que alguien se le
había adelantado.
«Sofía» gritó y sin
apenas pensarlo ya estaba de pie, salió al pasillo y tomó rumbo al cuarto de su
hermana menor. Tocó la puerta con fuerza mientras pronunciaba entre dientes el
nombre de la pequeña molestia.
— Sofía, abre la
puerta de inmediato— vociferaba tratando de controlar la bilis que se apoderaba
de su cuerpo.
— Ya voy— respondió su
hermana con una calma que Maya siempre odiaba.
Su hermana Sofía tenía
14 años, dos menos que ella, y se comportaba con una tranquilidad que ya
envidiaría un monje budista.
No se alteraba con
nada a su alrededor, como si no fuera una adolescente, y eso producía en Maya
un sentimiento de inferioridad que no sabía explicar. La puerta se abrió con lentitud.
— ¿Ahora qué te pasa?—
Preguntó Sofía con pereza, como si no se diera cuenta de la ira que proyectaba
el rostro de Maya.
— ¿Por qué escribiste
en mi diario?— Le riñó maya—. Siempre es lo mismo, te metes con mis cosas y te
quedas tan campante, como si no te importara.
— No toqué tu diario—
dijo su hermana y suspiró.
— ¿Me crees idiota o
qué? Mira, mira lo que escribiste—. Maya abrió el diario en la primera página y
lo colocó a milímetros del rostro de su hermana. No podía creer que la muy
atrevida negara su delito.
— Esa no es mi letra,
es la tuya— habló Sofía sin molestarse en apartar el cuaderno que casi tocaba
su nariz.
— Pero… yo no… que
dices… porque…
Una pequeña confusión
se adueñó de Maya cuando miró con detalle el escrito, era verdad que aquella
letra no era la de su hermana, y sí que se asemejaba mucho a su forma de
escribir.
La única explicación
que acudió en aquellos instantes, era que de alguna forma Sofía había plagiado
su letra, con la intención de jugarle una broma.
— ¿Cuál es el
escándalo?
Maya escuchó la voz de
su madre que se acercaba por el pasillo. Caminaba con la ligereza que siempre
empleaba cuando acudía a detener las discusiones entre hermanas. Tenía una bata
de cocina y lucía un rostro de cansancio tan grande, que hizo dudar a Maya de
querer meterla en la discusión.
— ¿Ahora cuál es el
problema con ustedes?— dijo su madre cuando se paró frente a ellas.
— Ninguno— respondió
Sofía.
— Escribió en mi nuevo
diario— se apresuró a reñir Maya.
— Eso no es verdad, ni
siquiera es mi letra.
— Sí que escribiste en
mi diario, si no entonces…
— Muéstrame dónde
escribió— ordenó su madre.
— Mira— Maya le mostró
el escrito y al instante deseó no haberlo hecho, porque su madre puso cara de
fastidio y luego la miró a los ojos como buscando una explicación.
— Yo…
— Niñas, hoy no estoy
para juegos— dijo y empezó a marcharse.
— Pero…
— ¡Maya! solo arranca
la hoja y se acabó el problema— la regañó su madre sin siquiera
voltearse—.Mejor pasen a la mesa que ya es la hora de comer.
Maya se quedó de pie,
desolada, mirando como su madre desaparecía de su vista. Sintió que su hermana
le ganaba otra vez, y esa idea la desesperó. Cuando dirigió sus ojos hacia
Sofía la encontró con una amplia sonrisa.
— ¿Qué te causa tanta
risa?— gruñó.
— Pobre hermanita mía—
dijo Sofía—. De tanto hacer esos dibujos raros se está volviendo loca. Pero no
importa lo loquita que te pongas, siempre te seguiré amando.
— Esto no se queda
así— Maya amenazó a su hermana antes de marcharse a su cuarto.
Desde la puerta arrojó
con rabia el diario a la cama y se dirigió con urgencia a la mesa, donde seguro
encontraría a su padre. Él casi siempre estaba a su favor. No importaba si ella tenía o no la razón, su
padre sabía cómo devolverle la tranquilidad. Llegó a la mesa y por la cara de
su padre supo que la estaba esperando. Se sentó.
— Te escucho— le dijo
su padre quitándose las gafas y mirándola a los ojos.
— Sofía escribió en mi
nuevo diario y se empeña en negarlo— le dijo.
— Meterse con las
cosas de los demás no es bueno— dijo su padre— ¿Y qué fue lo que escribió en el
diario?
— No lo sé— respondió
Maya pensando que eso era lo primero que tenía que haber hecho; leer el
escrito.
— Tu mamá está muy
cansada hoy— continuó su padre—. Intentemos no molestarla con detalles ¿Te
parece?
— De acuerdo.
Al instante apareció
Sofía.
— Papi, no le creas
nada de lo que te diga— dijo sentándose a la mesa—. Yo no hice nada de lo que
se me acusa ¿Para qué querría escribir en su diario?
— Está bien, cariño—
dijo su padre—, después lo resolvemos.
— Pero que conste que
yo no tengo nada que ver con este asunto.
De repente Maya no
quería seguir discutiendo, ya que una pregunta se había apoderado de ella ¿Qué
era lo que su hermana había escrito en el diario? Seguro tenía que ser algo muy
grave para que se esforzara en negarlo con tanta vehemencia.
La media hora
obligatoria que duraba la cena se le hizo eterna. En días como ese, odiaba la
regla de siempre cenar juntos y hablar sobre las cosas que habían hecho ese
día.
Esa vez, la
conversación giró en torno a lo difícil que estaba el ambiente en la oficina de
su madre, era marzo y se tenía que entregar el informe contable, así que el
área de contabilidad estaba patas arriba.
Pasados unos minutos
de la media hora obligatoria Maya se despidió de todos y casi corriendo llegó a
su cuarto, tenía que leer lo que había en el diario. Lo tomó de la cama y se
ubicó en el escritorio. Apenas abrirlo se dio cuenta de que había un error en
la fecha.
En ella se ponía 17 de
marzo, sin especificar el año, y ese día era 14 de marzo. Maya Pensó que
después de todo su hermana también se equivocaba. No le prestó más atención a
la fecha y se concentró en leer el escrito.
Marzo 17.
Querido diario, has escuchado el dicho «no hay mal que por bien no
venga», pues eso se acomoda perfecto a lo que me pasó hoy.
Te cuento. Estaba en clase de arte realizando una maqueta de un
edificio. Me hallaba en compañía de Margarita y Lili, mis mejores amigas. Como
algunos de los materiales comunes estaban en el escritorio del profesor,
teníamos que ir por ellos hasta allí a medida que los necesitáramos.
Era mi turno de ir por pegamento, pero cuando me dirigía a la mesa del
profe me di cuenta (muy tarde), que las baldosas estaban húmedas. Llovía y
desde el principio del curso en el salón hay una pequeña gotera que moja el
piso.
Como iba de prisa no pude parar, me resbalé y caí de bruces contra el
escritorio del profe. Aunque ninguno de los materiales se dañó, yo si me pegué
un buen porrazo.
Al principio todo el salón soltó una carcajada. Pero después se dieron
cuenta de que no me encontraba bien. Me había dado un golpe fuerte en la cabeza
y me sentía mareada. Así que el profe y Lili me llevaron a enfermería.
La encargada me dio una pastilla, y cuando me empezaba a sentir mejor
le dije a Lili que fuera a terminar el proyecto.
No bien Lili se hubo marchado, entró él, Ángelo, el chico del que todo
el colegio habla. Había tropezado en clase de gimnasia con uno de sus
compañeros, así que también necesitaba atención médica. Mientras la enfermera
revisaba a su amigo, Ángelo se sentó en una silla cerca de donde yo estaba.
Tenía impulsos de hablarle, están hermoso, pero no sabía que decirle,
así que me quedé callada, sin atreverme
siquiera a mirarlo. Pero la ayuda del cielo vino a mi favor y fue él quien tomó la iniciativa.
Me habló ¿Puedes creerlo? dijo que mi pelo le parecía muy hermoso y
preguntó por mi nombre. También mi nombre le resultó interesante, y cuando
empezábamos a hablar de verdad, lo llamó la enfermera.
Antes de marcharse me dijo que le había encantado encontrarme allí y
que después seguiríamos con la conversación. No sé cuándo será ese después,
pero lo espero con ansías, y cuando eso suceda te lo contaré todo.
Después de leer el
diario Maya quedó con una extraña sensación. La primera parte de lo escrito le
recordaba mucho su realidad, sus dos mejores amigas del colegio se llamaban
Margarita y Lili.
También coincidía el
hecho que esa semana haría una maqueta en clase de arte.
Aunque pensándolo
bien, esos datos los conocía su hermana, y si le estaba haciendo una broma
seguro que los había utilizado con maestría. Lo que no lograba comprender era
como su hermana se había enterado de la gotera en el salón, la cual nadie se
había dignado en arreglar.
La segunda parte era
un tanto más confusa, empezando porque no conocía a nadie que se llamara
Ángelo, ninguno de los populares tenía ese nombre, de eso estaba segura.
Si lo que su hermana quería era hacerla pensar
que se estaba volviendo loca, por olvidar que era ella quien había escrito en
el diario, se equivocaba al poner que a una persona le pareciera muy bonito su
cabello. Maya pensaba que su pelo en rizos no era la gran cosa, aunque algunos
decían lo contrario.
Pero esa noche no
estaba para criticar su cabello, ni para darle vueltas a las bromas de Sofía.
Decidió que aún no arrancaría la hoja del diario, y se preparó para dormir, ya
que el siguiente día sería uno de los más pesados.
Solo sacó unos minutos
para espiar con sus binóculos en el edificio del frente, como tenía por
costumbre. En la cama todo se hizo difícil. Cuando le pasaban cosas fuera de lo
normal le costaba conciliar el sueño.
Al poco tiempo de
apagar los ojos, el despertador sonó anunciando el comienzo del nuevo día.
Se levantó cansada
para enfrentar una jornada compleja. Si había un día en el colegio que
torturara a Maya era el martes. Mientras se bañaba pensó en todo lo que se le
venía encima, como si el pensar en la tragedia la hiciera más suave.
Ese fatal día Empezaba
con gimnasia, donde la loca y solterona profesora de educación física
descargaba su frustración con los alumnos, y los ponía a correr sin descanso
como borreguitos en carrera.
Después, con apenas
tiempo para tomar aire Maya entraba en química; fórmulas y más fórmulas. Luego
seguía idiomas. Para entonces la mente de Maya era un remolino de confusión.
Dejó de pensar en las
torturas que se avecinaban, se puso el uniforme, desayunó sin dirigirle la
palabra a su hermana, se despidió de sus padres, llegó al bus escolar y se hizo
en un asiento lejos de Sofía, para seguir pensando en su terrible día.
Se preguntó porque los
martes el tiempo de descanso pasaba como una estrella fugaz. Luego entraba a
cálculo, donde siempre se hacía el mismo interrogante ¿Acaso era posible que
cada día supiera menos?
Ella estaba segura de
que ese sería el trimestre donde por fin daría el último paso para reprobar esa
asignatura.
Las dos clases finales
eran lenguaje y filosofía, pero ya de nada ayudarían, el día sería una
porqueriza y ella quedaría hecha polvo.
Cuando se bajó del bus
sintió que su hermana la abrazaba.
— No fui yo, te lo
juro— le dijo y se perdió entre el tumulto de alumnos que entraban al colegio.
Decidió no seguir
enojada con Sofía, si bien le estaba gastando una broma, no era tan grave como
para odiarla. Entró a la primera clase esperando encontrar la cara de escopeta
de la profe de gimnasia, pero la recibió todo lo contrario; la solterona tenía
un semblante feliz.
Igual pasaba con sus
compañeros, todos parecían más alegres de lo normal. Entonces recordó que era día de fútbol. El hermoso y sagrado
día de fútbol.
Como la profe de
gimnasia era la entrenadora de los chicos, los días que jugaban contra otros
colegios ella se transformaba en otra persona. Con entusiasmo se dedicaba a
planear las estrategias y las tácticas de último momento.
Así que
la clase quedaba libre de hacer lo que quisiera, que en el caso de Maya era
dibujar. Lo mejor de todo era que el partido se llevaba a cabo durante la clase
de cálculo. Así no tenía que sufrir con los números.
Lo único que esperaba
era que el equipo ganara, porque de ese modo la profe de gimnasia sería un poco
menos cruel durante el resto de la semana.
Aunque a Maya no le
gustaba mucho el fútbol se apiñó en las graderías, junto con sus dos amigas, a
la espera de que los chicos lo hicieran bien, una buena semana dependía de
ellos.
Cuando terminó la
primera mitad el colegio perdía 1-2. Y para hacer las cosas más complejas, al
empezar la segunda parte la estrella del equipo se dobló el tobillo.
Para reemplazarlo
estaba un chico algo nuevo en el equipo, era suplente y solo había entrado a
jugar pocos minutos en los dos últimos partidos y no había hecho gran cosa.
Maya se resignó, el
pensamiento de que esa semana sería una de las difíciles se apoderó de ella,
pero la esperanza volvió pronto, cuando el chico desconocido hizo un gol, y
luego otro, y otro.
En poco tiempo el
colegio estaba adelante y el recién entrado parecía flotar detrás de la pelota
y sus rivales no podían detenerlo. El murmullo en las graderías se hizo enorme.
Todos hablaban del
nuevo jugador. Todos preguntaban su nombre.
Terminado el partido
el colegio había ganado con facilidad. Maya estaba feliz, así que decidió
quedarse a ver como las porristas celebraban el triunfo. Las porristas fueron
hasta la cancha, hicieron una pequeña reunión y anunciaron que harían una gran
hurra por el mejor jugador del partido.
Se agruparon alrededor
del chico desconocido y juntas gritaron: ¡HURRA! ¡HURRA!... POR ÁNGELO.
0 comentarios:
Publicar un comentario